16.10.05

Gustavo Nielsen se autodefine así:

"Soy arquitecto y escritor, y hago las dos cosas.

Cargo esta especie de esquizofrenia como una mochila incandescente. He llegado a la conclusión de que la arquitectura y la narración van por caminos paralelos de esos que nunca se tocan, y nunca se tocarán.

El arquitecto es diurno, se tiene que levantar tempranísimo para ir a la obra; el escritor es nocturno, por lo cual se pasa gran parte del día tirado en la cama. El arquitecto toma taxis, subtes, trenes, colectivos, autos y barcos; el escritor toma apenas un avión de vez en vez, cuando lo invitan. El arquitecto se paga los pasajes, el escritor vive del garrón. El arquitecto recorre Buenos Aires; claro, las obras están en todos lados; el escritor se la pasa adentro de su departamento; claro, la imaginación está en la cabeza. El arquitecto consigue dinero semanal; el escritor gasta semanalmente y apenas si consigue algo de vez en cuando. Uno es racional, el otro es un mañero. Uno se afeita, otro se deja la barba. Uno trata de estar en línea, el otro se tira pedos, toma alcohol como si los hígados vinieran en los huevos Jack y el trasplante lo pudiera hacer hasta la tía Clota."

Además de llevar su blog Milanesa con papas,publica sus cuentos en otro de no menos apetitoso nombre: mandarinas dulces.
Éste es el sonoro inicio de una de sus historias, El amor enfermo:"Saravia supo que ella estaba llorando por el sonido de sus tacos sobre el piso del subte. El taconeo también podía deberse a una espera nerviosa, aunque Saravia oyó la lágrima salir del ojo, deslizarse por un pómulo suave y detenerse en una zona muda, antes de caer al piso. La lágrima rodando por la mejilla hacía el ruido de una bolita de vidrio deslizándose sobre una fina lija.
"Oír adentro del subte da calor", pensó Saravia, mientras volteaba hacia ambos lados la cabeza, disimuladamente, para mirar. A la lágrima se sumaba la bocina perdida de un tren que cruzó; aplastada, taladrada, gastada, cortada en pedacitos y absorbida por el piso. La vibración le trepó desde los pies, le abrazó las piernas y los pantalones de vestir, subió como un enrejado de arañas por su cuerpo hasta la mano que se aferraba a la anilla de cuero.
"

8.10.05


Como Cide Hamete El Quijote, Carter Mulford escribió El Coyote, y se llamaba J. Figueroa Campos o José Mallorquí. Su hijo César escribió la delicia "La casa del doctor Pétalo", dentro del volumen "El Círculo de Jericó", libro que se complace de ser el más premiado de la CF española. En internet pueden encontrarse algunos de sus exquisitos relatos, como El jardín prohibido:

"En ocasiones, la abuela se volvía transparente, igual que las figurillas de cristal que mamá guarda en la vitrina del salón, y cuando esto sucedía Anita y yo podíamos ver a través de ella con nitidez, como si su orondo cuerpo de anciana no fuera más que la proyección de una linterna mágica. Con el tiempo, aquel prodigio se fue convirtiendo en un juego para nosotras y solíamos competir enumerando en voz baja los objetos que lográbamos adivinar a través de la traslúcida silueta de yaya Julia.
Era un juego un poco tonto, lo admito, pero supongo que nos ayudaba a aceptar algo que, a todas luces, sólo podía calificarse de inverosímil. Al atardecer, la abuela prendía tres quinqués -uno por el Padre, otro por el Hijo y el tercero por el Espíritu Santo-, parapetaba el azul de sus ojos tras una gafas de lentes hexagonales y se acomodaba en un sillón de pana escarlata, frente al fuego del hogar; luego, abría su costurero y comenzaba a bordar en el paño blanco que un bastidor de madera mantenía tenso como la badana de un tambor, y mientras el hilo y la aguja trenzaban cadenetas y espigas, ella nos contaba viejos cuentos populares, antiguas leyendas de Umbría. Entonces, si la noche era fría y el viento soplaba fuerte del norte, yaya Julia se iba tornando diáfana, como si su imagen se desvaneciera, y Anita y yo dábamos comienzo al juego.
"

José Mallorquí en "La marca de los 4" afila las aristas de los personajes al estilo de la mejor literatura negra americana:

"
Susana Straley miró a su marido. Duke Straley miró a su esposa. Los dos sonrieron.
—Estamos casados —dijo Duke.
Susana sonrió.
—¿No dices nada? —preguntó Duke.
—Nunca hubiera creído que los recién casados se portaran tan estúpidamente —musitó Susana—. Parecemos dos pasmarotes.
—Deberíamos decir que por fin estamos solos.
Butler, el mayordomo de Duke, llamó a la puerta del salón.
—No estamos solos —suspiró Susana.
—Entra —ordenó Duke.
Butler entró en la estancia.
—Una señora desea verle, señor —dijo a Duke.
Éste hizo un gesto de disgusto.
—Debiste decirle que no estábamos en casa.
—Se lo dije, señor; pero la señora insiste en verle. Está muy pálida y nerviosa.
—Insiste en que no estamos en casa.
—Debe de ser alguna periodista en busca de un reportaje —dijo Susana.
—Si la señora me lo permite, le indicaré que no debe de tratarse de una periodista —dijo Butler—. Usa zapatos de piel de lagarto, monedero de la misma piel, un traje Balenciaga y un solitario que debe valer veinte mil dólares. Ni en este país da el periodismo para tanto.
—A pesar de todo no estamos —insistió Duke—. Nos acabamos de casar y tenemos derecho a estar solos. ¡Échala de casa!
—¿Y si no quiere salir?
—Agárrala por el cabello y sácala del vestíbulo aunque sea a rastras —dijo Susana.
Butler le dirigió una mirada de ofendida dignidad."